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Suso de Toro

CONTRA EL REACCIONARISMO, EUROPA

(En "La Vanguardia", 30-3-2003)


Durante el franquismo la idea de España se contenía en la expresión "Europa empieza en los Pirineos". España no era Europa, era otra cosa, como decía el entonces ministro de la Información (sic) y actual presidente de la Xunta y del Partido Popular, España era "different".
La España que había intentado modernizarse, europeizarse, en la República fue víctima de una vuelta brutal a la "esencia" nacional españolista, aquella Edad Media de cristianos contra judíos y moros. Los depositarios de estas esencias eran una parte de los militares, buena parte de ellos "africanistas", combatientes contra "el moro" que seguían viviendo ideológicamente entre la Reconquista y las glorias imperiales. La sublevación militar del 36 arrancó a España de la seducción de Europa, de su contemporaneidad, para encerrarla y disciplinarla en un cuartel y un convento, sumergirla en las tinieblas de si misma.
De un modo u otro los españoles que afrontaron el cambio político a mediados de los setenta eran conscientes de su miseria nacional y por ello querían entrar en Europa y homologar su cultura social y política, sus instituciones. Sólo la minoría franquista pretendía conservar lo que creían la esencia de España y que garantizaba el régimen de "los nacionales", por ello se oponía a la Reforma política y a cualquier constitución democrática. Lamentablemente, desde entonces no se ha creado una idea nacional de España alternativa, un nacionalismo español distinto al que inculcó la escuela franquista a generaciones de ciudadanos, y esa vieja ideología además siguió siendo válida para un sector político que nunca la cuestionaron. Era inevitable que acabara volviendo a florecer.
La segunda legislatura de José María Aznar es el momento en que se ha manifestado plenamente esa idea nacional de una España mítica y rancia. Un nacionalismo que se ha expresado y se expresa históricamente en dos reflejos agresivos: contra las nacionalidades internas, que discuten la homogeneidad castellanista, y contra Europa. La cultura nacional de este gobierno niega nuestra realidad y nuestro tiempo.
No es extraño que tras varias legislaturas democráticas y tres presidentes de Gobierno se esté deshaciendo todo lo que, con vaivenes y trabajos, se había hecho. Nunca se habían agudizado tanto los desencuentros entre el nacionalismo centralista y los nacionalismos que lo cuestionan: con el terrorismo de ETA más debilitado que nunca la cuestión nacional vasca está en un camino más bronco que nunca; el camino nacional catalán sigue sin tener pista de aterrizaje en una España que se ha recentralizado; el nacionalismo gallego, que intentó sofocar Fraga Iribarne cual bombero ideológico, tiene más implantación social que nunca en una España que prefiere vivir ignorándolo tercamente. Y nunca había habido esta ruptura de consensos y entendimientos, que ha pasado de la esfera de los partidos y ya alcanza a la vida diaria, a las relaciones personales. El balance es que el nacionalismo integrista del PP ha contaminado de enfrentamiento la vida social y, paradógicamente, ha reforzado a los otros nacionalismos.
Aznar, bajo inspiración de sueños o pesadillas de aquella Historia mesiánica que nos enseñaron en la infancia, está llevando a cabo lo que nos había anunciado y no quisimos atender, una "segunda Transición". Pero no es una verdadera segunda Transición, o sea bajar sisas y anchear costuras para un ser colectivo que ha crecido y madurado, sino un intento de recortar el traje hasta asfixiar el cuerpo nacional. Aznar desde hace dos años cuestiona explícitamente y de modos diversos el sistema institucional que emana de la constitución, y cuestiona la política de integración en Europa de los últimos veinticinco años. Ignorando que la dignidad de ciudadanos y la conciencia europeísta ya forman parte de nuestra cultura colectiva. Se siente estadista providencial destinado a rescatarnos, una vez más, de la seducción europea para devolvernos a un destino "different"; esta vez de criado del emperador.
Pero lo que padecemos los ciudadanos no es sólo un intento de restaurar una idea nacional reaccionaria, también padecemos, cada día más obscenamente, una cultura gubernamental hondamente antidemocrática. La cultura política heredada del franquismo es contraria a la esencia de la democracia: el reconocimiento de que personas y pueblos son sujetos con derechos y la convicción de que la vida social se levanta sobre el diálogo. La ideología autoritaria es sadomasoquista, no entiende de relaciones entre iguales y solo sabe de relaciones entres amos y esclavos. La gente acomplejada solo sabe de servilismo y despotismo. Y por ello el Gobierno Aznar es servil con el admirado amo norteamericano pero desprecia parlamento, oposición y ciudadanos. Como si la legitimidad de su presidencia le viniese de la Historia, no de los ciudadanos.
Cuando han aparecido circunstancias excepcionales, como el "Prestige" y el ataque a Irak, este gobierno se ha retratado nitidamente en blanco y negro; sobre el fondo de una opinión pública que pide en blanco la paz su figura está perfilada con brochazos de chapapote. En el caso del "Prestige" los ciudadanos pudimos ver como este Gobierno pervertía el papel del Estado, en vez de protegernos nos dañó y posteriormente nos mintió, nos negó y niega ayuda para reparar. En el caso de la guerra contra Irak el Gobierno comprometió al Estado en una aventura cruel e ilegal contra un país con el que mantíamos relaciones y al tiempo actuó como una cuña para romper desde dentro Europa. Porque, nadie se engañe, esta batalla es contra Irak pero la guerra es contra el euro y Europa.
En ambos casos, tan significativos y graves, la mentira sistemática a través de una red de medios de comunicación controlados fue el arma de dominación; el ataque a los ciudadanos que discrepaban la norma complementaria. La mentira por parte de una administración democrática es una falta grave, pero cuando es sistemática es un ataque a la democracia. La acritud y la rudeza bronca que está inundando día a día el debate y la vida social es la consecuencia directa de una cultura política que pretende someter a los ciudadanos y militarizar la vida social.
Pero aunque esta Administración esté introduciendo contenidos que pervierten la democracia, de modo fraudulento pues no estaba en su programa electoral y había embozado su ideología en la anterior legislatura, lo cierto es que la sociedad española ya no es la de hace treinta años. Los ciudadanos que discrepamos no lo hacemos solamente para denunciar el daño ecológico y social en nuestra costa y para parar una guerra injustísima, lo hacemos porque estamos defendiendo la democracia. Somos conservadores, queremos conservar el europeísmo y la democracia; y desde luego ampliarla, no recortarla. Y somos partidarios de una sociedad sin esta grosería y con otra altura moral que la que escenifica esta administración.
Porque la gran mayoría de la población española aunque tengamos un gobierno antieuropeísta nos sentimos parte de la opinión pública mundial que quiere un planeta sin imperios ni guerras, y nos sentimos profundamente europeos. Creemos que Europa debe profundizar en su afirmación cultural, económica y política. Que es preciso un discurso nacional europeo, igual que es necesario un nacionalismo español alternativo al de Roberto Alcázar y Pedrín y el Guerrero del Antifaz; necesitamos crear un nacionalismo cívico europeo que será útil al mundo. Esto que padecemos no es sino un regüeldo del rancio pasado, de aquella miseria democrática que algunos añoran pero al que no queremos ser devueltos. Y contra la reacción sí hay solución, más Europa.

Suso de Toro